In the Hayloft
Tratando de dormir en el pajar con los ratones





La viuda Aubert—como le gustaba ser llamada—tenía trece niños. Tantos pares de brazos habían sido bienvenidos para los trabajos de la gran hacienda que ella—la bruja—y su difunto marido habían cultivado como aparceros. Ahora, de tarde en tarde, los hijos, adultos y casados y como de romería, regresaban de vez en cuando para dar visita a la abuela, aunque se trataba sobre todo de enseñar a sus hijos, los nietos de la bruja, como había sido esta vida tan dura en los tiempos "antiguos," de muchachos—sin electricidad o agua corriente o las demás conveniencias de la vida moderna.

En estas ocasionas, no habían camas para tal numero de visitantes así que los hermanos Mauricet los relegaron al pajar, con las familias de ratones que vivían allí y a los cuales no les gustaba nada ser molestados así en sus idas y venidas en su paraíso. Anduvieron de parranda corriendo de un lado a otro a nuestra aparición aunque nos fuimos allá andando en puntillas. El decidir a donde acostarnos—al lado derecho en la paja o a la izquierda sobre el heno—no era nada fácil ya que los animalitos estaban en todas partes; no había más remedio que de ponernos, sin pegar los ojos, a regañadientes, uno contra el otro, bajo una especie de lona con olor a macho cabrío en la mitad del pajar.

A la vista, los ratones también tenían miedo, tal como nosotros; de toda manera, nos dejaban en paz.